Una de esas tardes, un amiguito del barrio vino con su papá (que me quería pedir una herramienta prestada) y mientras hablábamos de la tormenta que se acercaba y de lo atrasado que estaba el corte de pasto por parte de la municipalidad; los chicos empezaron a jugar al ajedrez ahí en la mesa del patio, justo delante nuestro.
Recuerdo que me estaba porfiando con respecto al nombre del jugador que había hecho un gol anoche, cuando nos interrumpieron nuestros hijos con una discrepancia normativa.
Rodri, el vecinito, había realizado un audaz movimiento con su alfil quien, a partir de haberse comido a un peón de su propio color, había quedado en una posición muy ventajosa, diría casi de jaque mate.
Inmediatamente, los adultos les explicamos que no estaba permitido comerse piezas del propio equipo y después de unos berrinches, el juego continuó entre los pequeños.
Lo disruptivo ocurrió después, cuando Juan Carlos, el papá de Rodri, me hizo un comentario que no me dejó dormir tranquilo durante 1 semana.
Me dijo:
-Podría estar permitido comerse piezas del mismo color, no? ¿cuántas veces los ejércitos habrán sacrificado a sus propios soldados para ganar una batalla?
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Lic. Comunicación Social
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